lunes, 21 de abril de 2008

Ceremonia VII - FONTANAREJO




LAS LUMINARIAS


Las calles de Fontanarejo son humo, un humo denso y aromático. Por los rincones del pueblo el aire huele intensamente a romero verde. Una niebla espesa que permanece flotando largo tiempo si el viento no despierta de su lecho de silencio. Fardos voluminosos de esta hierba arden delante de cada casa al atardecer del 30 de abril. Arden al mismo tiempo, justo después de tañer las campanas de la Iglesia de San Felipe y Santiago.
El humo invade los hogares por las puertas y ventanas abiertas, y se lleva consigo el veneno escondido en las paredes, en los muebles, en los enseres. Los habitantes se impregnan de humo, lavan su cuerpo de impurezas. Rito medieval que devuelve la calma que asoló la epidemia. La tradición de Las Luminarias aterroriza a la peste, la hace huir campo a través hacia  los montes y la deja  desangrarse, desterrada en tierra de nadie.
El olor me embriaga y el humo me aturde. Las dificultades para respirar me obligan a salir de las masas compactas de humo, me impiden adentrarme en los túneles grises de la combustión. Aún así mientras aguanto disfruto caminando en la oscuridad.
Esta oscuridad cambiante que se disipa y se apelmaza, que vuelve formando cúmulos de aristas redondeadas, laberintos degradados de grises sin aliento, atmósferas desteñidas perfilando trazas descoloridas del pincel abstracto de Jorge Adrados.
Nubes tiznadas de pavesas, nubes con sabor a romero, caprichosas nubes lanzadas al aire, zarandeadas por manos ágiles que se abren paso a través de ellas, por cuerpos que corren sorteando los obstáculos que se les atraviesa. Varas largas esparcen las lumbres, varas viejas los sujetan.
Surgen voces entre su espesura, parecen salir de su oculto vientre, de su lado enigmático, en el ángulo más profundo de sus intrincados vericuetos. Son voces ininteligibles que suspiran palabras sin sentido. Voces que parecen que hablan de mundos mágicos. Hablan del pasado, de los sucesos que acaecieron en épocas hoy sepultadas por el polvo del tiempo. Hablan del futuro, esa época pretérita que vendrá irremediablemente. Forastero cotidiano que se come el pan de nuestra mesa, lo oigo llegar golpeando los caminos que conducen hasta mi casa.  El futuro que nunca llega y cuando llega ya se ha ido. Más allá de la niebla, al atravesar la puerta del ocaso, el paisaje se cubre de sombras y se oculta el horizonte.

El aire se vuelve puro. En las edificaciones se desprenden las manchas. Las gentes sanadas salen a las calles para proclamar que se fue el diablo, que vencieron a la muerte. En las brasas preparan la parrillada que festeja la dicha de saberse a salvo y se pone fin a la celebración. Los caminos siguen pegados al suelo, marcando el rumbo hacia la dehesa, en dirección a las Hoces del Guadiana. La carretera llega a Arroba de los Montes, y a Alcoba en dirección contraria; y de allí a Horcajo de los Montes y tomando el otro sentido a El Robledo. Y se unen los caminos, se enlazan las carreteras y un lugar nos lleva a otro y así sucesivamente y podemos llegar  donde queramos.


Ceremonia VII: FONTANAREJO

…Quise escapar, salir huyendo de mi cárcel sin barrotes. Pensé en acercarme a los acantilados de la costa norte, por Cantabria o Asturias y dejarme arrastrar por el vértigo de la caída; sumergirme en la luz del sur, para morir en medio del bosque alpujarreño mirando a las estrellas; ir hacia Portugal: Oporto o Lisboa, mezclarme entre la gente, ser un anónimo habitante, el corazón agarrado en un puño para sentirlo latir; cruzar el Atlántico hacia la fría Canadá, para no ser nada, para no ser nadie y esperar que el tiempo borrase mi presencia…


Fragmento del libro La voz interior





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