Puerto de Cotos – Mirador de la Gitana – Rascafría (Madrid)
Parece
imposible llevar a cabo las ceremonias con tranquilidad. A pesar de haber
planificado la actividad con la suficiente antelación y rigor, siempre hay
algún factor que se olvida y que provoca tensiones. En esta ocasión había
quedado en mi casa con dos de las personas invitadas a las 10:00 AM. A las 9:55
AM me llama una de ellas, preguntándome si seguía adelante la lectura, le digo
que sí. Contesta que se lo tenía que haber confirmado ayer, rebato que pensé que
ya habíamos fijado la cita y que llamaría en caso de que hubiese alguna
novedad. Cogerá un taxi para llegar cuanto antes. El otro invitado es puntual,
tan puntual como un glaciar, le explico que ha surgido un contratiempo y que la
otra persona llegará en breve. Los quince minutos se convierten en treinta. Va
a ser imposible llegar a tiempo para encontrarnos con los otros invitados y con
el fotógrafo que viene directamente desde Valladolid. Pasados cuarenta y cinco
minutos llamo al interfecto. Está a punto de ¡salir de casa! No me quedan
opciones, tengo que avisar al resto de participantes para advertirles de que
llegaremos más tarde. Primero me pongo en contacto con el fotógrafo. Está en la Granja, le comento que nos
retrasaremos. Intento localizar a los que vienen desde Rascafría, pero sus
teléfonos están sin cobertura o apagados. Mando un mensaje. Al poco me llaman
que ya han llegado al lugar. “Ha surgido un imprevisto, llegaremos más tarde,
estamos saliendo en estos momentos de Madrid”. Mentira, aún no hemos montado ni
en el coche. Nos quedan unos 90 kms, hay que pasar por Navacerrada y llegar al
Puerto de Cotos. En el trayecto nos equivocamos de salida, rectificamos una
ronda más adelante. El perro anda suelto en el asiento de atrás, sin saber cómo,
aparece en los pedales del acelerador. Paro como puedo. Metemos al perro en la
cesta y lo cerramos. No habrá más contratiempos. Mientras conduzco suena el
teléfono, es el fotógrafo, lo coge el copiloto, le aclaran el lugar donde
vamos: Puerto de Cotos, en el Mirador de la Gitana, en el término de Rascafría. El fotógrafo
se hace un lío con el aparcamiento del Puerto de Navacerrada. Llegará en cuanto
pueda. Los que vienen de Rascafría llevan casi una hora esperando. Estoy
nervioso, no cabe duda.
Las dos amigas de
Rascafría están sentadas esperando al borde del mirador. Saludo y me disculpo,
presento al resto de la gente. Al momento aparece el fotógrafo casi jadeando
“¡Tranquilo, acabamos de llegar!”
Es domingo y el sitio
está muy concurrido, valoramos la posibilidad de ir a otro mirador a unos pocos
kms en dirección a Rascafría. Decidimos quedarnos. Montamos el escenario:
colocamos el nº de la ceremonia a ambos lados donde hemos ubicado el atril de
lectura, abrimos el trípode y buscamos el ángulo para grabarlo en video.
La gente nos observa
con expectación, algunos nos preguntan que qué estamos haciendo, de pronto se
me ocurre: “Es un control de alcoholemia, para impedir que los borrachos suban
y se pierdan en la Sierra”
El montaje se hace
con un cierto libertinaje y me obliga a ir rectificando. El granito de las
rocas no es un buen soporte para fijar los paneles con la cinta de carrocero y
se despegan con excesiva facilidad. Hay que estar recolocándolos con demasiada
frecuencia. No importa. Hemos entrado en el ritmo de la sesión, en el frenesí
del acto. La gente que pasa por el mirador se vuelve invisible. Estamos
concentrados en la lectura. Algunos nos interpelan, lo tomamos como parte del
aderezo y lo incluimos en el desarrollo de la actuación con total normalidad.
Nos estamos
divirtiendo. El invitado puntual se salta el guión en varias ocasiones, hace su
propia interpretación de la obra, inventa frases, cambia palabras, modifica el
papel. El invitado que cogió el taxi le da coba. El resto, yo incluido, nos
estamos riendo, lloramos. Hemos perdido la solemnidad y la cordura de otras
ceremonias de Lecturas al Viento. Pero ¡qué demonios! Es divertidísimo.
En la última parte de
la lectura se nos une una espontánea que se presta a leer unos párrafos del
texto. Quedan pendientes dos párrafos, aislados en la hoja contigua de la
carpeta, los leo. Con ello damos por concluida la lectura. La espontánea me
proporciona una tarjeta con sus datos. La incluiré en el listado de
participantes y le haré llegar las fotos del evento.
El vaivén de
transeúntes que llegan al mirador, se ha reducido considerablemente. Procedemos
a enterrar el tarro con el escrito leído en el hueco que había convenido hacerlo,
justo debajo de la brújula metálica.
Las semillas las
plantamos en una zona adyacente, bajando por un camino lateral nada transitado.
Una familia se ha instalado a comer encima de donde había previsto inicialmente
esa plantación.
La ceremonia en sí ha
llegado a su fin. En la Venta Marcelino,
en el mismo puerto, nos acoplamos en la terraza y pedimos unos bocadillos y
bebida.
La conversación y la
situación son delirantes. El puntual y el del taxi nos amenizan con un diálogo
vivo, electrizante, ingenioso. Escandalizante para una familia de comensales
anexos a nuestra mesa.
A las siete de la
tarde nos despedimos de las amigas de Rascafria. Nosotros, incluido el
fotógrafo, regresamos a Madrid.
Ceremonia XXI: EL SILENCIO DE LA NATURALEZA
…En el perfil de
las líneas que delimitan el horizonte el silencio se posa con la suavidad de un
pétalo en el último instante de su descenso. El cielo azul; las blancas,
grises, oscuras nubes; el arrebol del atardecer; la luz de la luna; el titilar
de las estrellas. El manto blanco, la lluvia. El frío de la madrugada, el calor
en las horas centrales del día. La superficie se cubre con una fina capa de
rocío. Los brotes verdes de los cereales cultivados en las eras, en parcelas
rectilíneas o de suaves contornos ondulados, ordenadas sobre las faldas de los
montes…
Fragmento
del libro La voz interior